(F 6.3, 1/640, 23.10 mm, ISO 160) |
En las últimas semanas del semestre pasado, viajamos hacia el sur del estado, pues se había programado una práctica de campo con la intención de aprender a recolectar musgos, helechos y algas. Cuanto más recorriamos en el camino, y caminabamos sobre el pueblo o la playa, más maravillado me sentía, pude ver por primera vez a los erizos de mar, invertebrados tan fascinantes como espinosos, ofiuras y algas extrañamente parecidas a los corales.
Finalmente llegamos a la playa en la que habríamos de acampar, y al caer la noche, la luz de la luna resultaba tan intensa como el sol en aquel playón, no se necesitó ni una lampara para iluminar nuestro recorrido por la arena, y las olas, tan grandes como un autobús, tan imponentes como cautivadoras, despertaron en uno una sensación de peligro y maravilla.
Con las primeras luces del día siguiente asome por encima de un muro, y fue entonces que vi una escena que quise recordar, y al mismo tiempo me recuerda a todo lo ocurrido y sentido durante el viaje.
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